Michael Michalko, especialista en creatividad, describe los atributos que caracterizan al estilo de pensamiento innovador y sintetiza las principales teorías acerca del origen de las ideas brillantes.
¿Cómo se les ocurren las ideas a los genios? ¿Qué tienen en común el estilo de pensamiento que creó
Durante años, académicos e investigadores han intentado descifrar la naturaleza de la genialidad a través de las estadísticas, como si la infinidad de datos pudiera, de alguna manera, echar luz sobre este tema. En un estudio que data de 1904, Havelock Ellis señaló que la mayoría de los genios tuvo padres mayores de 30 años, madres menores de 25 y sufrió enfermedades durante su niñez. Otros investigadores indicaron que muchos genios fueron célibes (Descartes), huérfanos de padre (Dickens), o de madre (Darwin). Sin embargo, la única conclusión que emerge al avanzar por el terreno de las estadísticas es que los datos en sí mismos no dan respuesta a los interrogantes planteados al comienzo.
Paralelamente se intentaron medir los vínculos entre inteligencia y genialidad. Pero la primera no es condición suficiente para la segunda; de hecho, muchos físicos tienen coeficientes de inteligencia superiores al del estadounidense Richard Feynman, ganador del premio Nobel y considerado genio (su IQ es 122). Es que la genialidad no tiene que ver con dominar 14 idiomas a los siete años, ni con un IQ extraordinariamente alto, ni siquiera con ser sagaz. Tras un extenso debate iniciado por el reconocido psicólogo Joy P. Guilford en la década de 1960, se concluyó que creatividad no es lo mismo que inteligencia: algunos individuos son más creativos que inteligentes y otros son más inteligentes que creativos.
Originalidad
Ante cualquier problema, la mayoría de la gente con inteligencia promedio responde de manera convencional. Por ejemplo, si se pregunta "¿cuál es la mitad de 13?", la mayoría contesta seis y medio. Solemos pensar de forma "reproductiva", es decir, a partir de lo aprendido cuando resolvimos problemas similares en el pasado: recordamos viejas enseñanzas o métodos que dieron buen resultado en otras oportunidades y elegimos el que, aparentemente, funcionará mejor esta vez y luego nos concentramos en seguir esa dirección. Los genios, en cambio, piensan de manera "productiva". Frente a un nuevo problema se preguntan "¿de qué modos puedo resolverlo? ¿Cómo puedo cambiar mi punto de vista?". Tienden a generar respuestas diferentes, muchas de las cuales no son convencionales. Un pensador productivo diría que hay muchas formas de expresar el número 13 y otras tantas de partir una cantidad a la mitad, por ejemplo: 13=1 y 3 o XI II=11 y 2.
El pensamiento productivo genera tantas alternativas de solución como sean posibles, desde las menos evidentes hasta las más probables. Lo importante es la disposición a explorar todos los enfoques, incluso cuando ya se encontró uno que promete resolver el problema. En cierta ocasión se le preguntó a Einstein cuál era la diferencia entre él y un hombre cualquiera. Respondió que si tuviera que buscar una aguja en un pajar, la mayoría de la gente abandonaría la tarea apenas encontrara la aguja; él, en cambio, revolvería todo el pajar en busca de todas las agujas. El enfoque reproductivo fomenta la rigidez del pensamiento; por eso, muchas veces fracasamos cuando nos topamos con un problema que sólo se parece superficialmente a las experiencias pasadas y difiere en lo esencial. Interpretar los problemas a través del prisma de lo conocido nos guiará por caminos equivocados. Consideremos los siguientes ejemplos:
En la década de 1960 los suizos dominaban la industria de la relojería. De hecho, el mecanismo de los movimientos electrónicos fue inventado en Suiza ¿en el instituto de investigaciones de Neuchatel¿, pero los relojeros de esa nacionalidad rechazaron la innovación durante el World Watch Congress de 1968: a juzgar por su experiencia, un mecanismo a pilas y casi sin engranajes no podría ser el reloj del futuro. Seiko, en cambio, percibió el potencial del invento, lo adoptó, y en poco tiempo se convirtió en el líder del mercado.
Cuando Univac inventó la computadora, rehusó tratar con hombres de negocios porque sostenía que era un dispositivo para científicos y que no tenía aplicaciones comerciales. IBM, en cambio, aprovechó la oportunidad. Sin embargo, más tarde, afirmó que no habría mercado para la computadora personal; más aún, sostuvo que sólo cinco o seis personas en todo el mundo necesitaban una computadora personal. Y esta vez fue Apple la que supo sacar partido de la invención.
En la naturaleza, un pool genético (colección de genes de una especie reproductora) que careciera de variaciones sería incapaz de adaptarse a las circunstancias cambiantes. Con el tiempo, la sabiduría codificada en los genes se convertiría en idiotez y tendría consecuencias fatales para la supervivencia de la especie. Un proceso equivalente ocurre en el nivel del pensamiento: tenemos un rico repertorio de ideas y conceptos, fruto de nuestras experiencias pasadas, el cual nos permite sobrevivir y prosperar. Pero si no variamos nuestras ideas se estancan y, al final, somos derrotados por nuestros rivales.
Consideremos lo siguiente: en 1899 Charles Duell, director de la oficina de patentes de los Estados Unidos, sugirió que el gobierno cerrara esa dependencia porque ya se había inventado todo lo que podía imaginarse. En 1923, Robert Millikan, reconocido físico y ganador del Premio Nobel, dijo que no había ninguna posibilidad de que el hombre dominara el poder del átomo. El alemán Phillip Reiss diseñó una máquina capaz de transmitir música en 1861. Estaba a un paso de inventar el teléfono, pero todos los expertos en comunicaciones de Alemania lo disuadieron, argumentando que no había mercado para semejante dispositivo y que el telégrafo era suficiente. Quince años después, Alexander Graham Bell inventó el teléfono y se hizo millonario. Cuando Charles Darwin regresó a Inglaterra tras visitar las islas Galápagos, distribuyó especímenes del ave pinzón entre destacados zoólogos y les pidió que los clasificaran. Uno de los especialistas, John Gould, estaba sorprendido ante lo que supuso era una especie diferente de aves pinzón: pensaba que, dado que Dios había creado el conjunto de los pájaros pinzón, los individuos de diferentes partes del mundo pertenecientes a la misma especie serían idénticos. No se le ocurrió que las diferencias podrían deberse a la adaptación a un medio distinto.
Es interesante destacar la diferencia entre Gould y Darwin. El primero no se apartó de un pensamiento preconcebido: especialista en taxonomía, Gould no se dio cuenta de que se trataba de un caso de evolución de las especies. Darwin, en cambio, ni siquiera sabía lo que eran los pinzones. La persona con conocimientos y pericia no percibió el fenómeno, y el otro, con menos formación, concibió una idea que cambió la manera en que vemos el mundo.
Evolución y creatividad
Siempre me impresionó la teoría de la evolución por selección natural de Darwin y me fascinó la aplicación de sus ideas al campo de la creatividad y genialidad. De hecho, mi propio punto de vista sobre el tema se basa en el modelo de pensamiento creativo de Donald Campbell publicado en 1960. Campbell no fue el primero en vislumbrar la conexión entre las ideas de Darwin y la creatividad. En 1880, el filósofo estadounidense William James abordó la cuestión en su ensayo "Great Men, Great Thoughts, and the Environment" (Grandes hombres, grandes pensamientos y el ambiente). Las investigaciones de Campbell fueron el punto de partida de los trabajos de Keith Simonton, de
Conclusión
¿Cómo crean los genios tantas alternativas y conjeturas? ¿Por qué sus ideas son tan ricas y diversas? ¿Cómo producen variaciones "al azar" que dan lugar a lo original e inédito? Cada vez son más los investigadores que ofrecen evidencias de que es posible caracterizar el modo de pensamiento de los genios. Al estudiar los cuadernos, notas, correspondencia e ideas de los más destacados pensadores del mundo, los especialistas han identificado las estrategias de pensamiento que les permiten generar infinidad de ideas novedosas y originales.
Michael Michalko
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