El BlackBerry y los teléfonos celulares facilitan las comunicaciones y el intercambio de información. También generan nuevos hábitos y costumbres en los usuarios; comportamientos que no se anticipaban cuando se concibieron las invenciones.
Apenas se inventa una nueva herramienta, alguien le da un uso para el cual no había sido pensada. Un ejemplo: Thomas Edison diseñó el fonógrafo como una máquina para dictados más que como un producto para el entretenimiento. Sin embargo, las fuerzas del mercado y los usos más inteligentes prevalecieron, y Edison abandonó su ocurrencia inicial, incursionando en el negocio de las grabaciones. Pero, con frecuencia, alterar el uso original de una invención la corrompe antes que mejorarla, como sucede con los dispositivos de comunicación personal, que se han convertido en un medio para trasladar la responsabilidad, tácita o explícitamente, al aparato. Los teléfonos celulares, por ejemplo, son una vidriera desde la cual algunos muestran su prepotencia, como la siguiente fanfarronada que escuché hace poco en la sala de preembarco del aeropuerto: "Decile que llego esta tarde para echarlo a patadas". Otros ejemplos de exhibicionismo son las peleas entre enamorados o las expresiones de afecto a quien está del otro lado de la línea.
Los perezosos usan los teléfonos celulares para mostrarse como muy ocupados atendiendo llamadas de trabajo y disimular el descuido de sus obligaciones; voyeuristas, por su parte, aprovechan de las cámaras fotográficas incluidas en ciertos modelos para obtener imágenes digitales no autorizadas en las escaleras o debajo de las mesas en las salas de conferencias.
Mi ejemplo favorito del uso desviado de un dispositivo de comunicación personal es el que involucra a Lurita Doan, directora de la Administración de Servicios Generales de los Estados Unidos (General Services Administration, GSA, brinda productos y servicios de comunicaciones a agencias del gobierno, y espacio de oficina a empleados federales, entre otras cosas). En audiencia frente a un subcomité del Congreso sobre la presunta politización de su división (en concreto: almuerzos en el lugar de trabajo durante los cuales los miembros de la GSA eran presionados a usar su cargo para colaborar en la elección de los Republicanos), le preguntaron, bajo juramento, qué se discutía en esos almuerzos. Doan respondió que no había prestado atención porque estuvo mandando e-mails a través de su BlackBerry.
No difamo los recuerdos o motivos de Doan. Ella habló por muchos cuando dio esta excusa perfectamente plausible de su falta de atención. La tecnología se ha vuelto tan prosaica que se convirtió en la evasiva perfecta. Cabe anticipar niveles epidémicos de situaciones incómodas frente al BlackBerry y el Treo, y tal vez usted se vea tentado a prohibir el uso de esos dispositivos durante encuentros y discusiones importantes. Sin dudas, tratará de que alguien tome notas precisas de las reuniones para distribuirlas a los asistentes y garantizar que se enteren de qué son responsables. Y si los empleados tienen razón al creer que usar su BlackBerry y hacer varias cosas al mismo tiempo durante los encuentros de trabajo les permite realizar tareas de más alto valor, entonces prohíba esas reuniones.
Fuente: Lew McCreary
© Carta de Noticias / Harvard Business School Publishing, 2008
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